La actual situación económica con su persistente caída del consumo y su adelgazamiento de las oportunidades comerciales de empresas y autónomos se está jugando en un terreno muy recurrente, pero muy baqueteado, el de los precios.

A fuerza de pedir a proveedores que recorten sus tarifas, a base de hacer compras masivas para bajar los valores unitarios y de tirar de imaginación para reducir costos derivados, la cosa a veces no da para más. Llega un momento en que no se pueden recortar más los precios, a no ser que queramos fundar una ONG con lo que vaya quedando de nuestro negocio.

Hay otra alternativa, quizás más arriesgada, pero creo que más realista: defender nuestros precios con la misma imaginación y persistencia con la que trabajamos para recortarlos, pero, desde otro punto de vista, con otras bases, para mantenerlos, y distinguirnos con valores añadidos. Y con ello, aspirar a tomar un trozo un poco más del pastel, y, con algo de tiempo, y trabajo, mucho trabajo, hasta llevarnos al huerto a los clientes de la competencia.

Cuento un caso personal sobre este argumento de los precios y del valor de hacerlo con la excelencia. Hace algún tiempo, tuve la oportunidad de elegir entre dos empresas para un desarrollo web, para completar un portal con el que operar como tienda online especializada. Una empresa de marketing online me ofrecía para ese servicio, un precio bajo, realmente atractivo. La otra, para casi, casi lo mismo, una tarifa de un poco menos del doble.

Al mirar la letra pequeña, al hacer una valoración en profundidad de lo que iba a pagar, me di cuenta de que la empresa de servicios más económicos me iba a vender un producto tal cual, simple, rebajado, low cost; la otra, una serie de servicios que se iban a ir incrementando en la medida en que el tráfico y otras variables, como el desarrollo de un proyecto social media paralelo, se fueran implementando en un futuro a medio plazo.

La razón de ser de mi proyecto se basaba en parte en la socialización de los contenidos y tarde o temprano iba a necesitar de esos recursos. La empresa más cara, me los garantizaba si llegaba a esos mínimos.

Y elegí la de tarifas menos económicas, porque las vi como un acicate y una oportunidad para mi negocio. Y es ahí a donde quería llegar, al valor añadido como bandera de una política de precios.

Defender a capa y espada las tarifas y renunciar a bajarlas es lo contrario de lo que están haciendo muchas empresas. En esa caída hacia abajo, todas están convergiendo en el riesgo real de ofrecer simples servicios básicos en cada sector para asumir el mantenimiento de la propia actividad.

Lo que propongo es cambiar la tendencia y vender nuestros productos y servicios con la excelencia de una exclusividad que cada uno habremos de buscar. Y, será ahí, y no en otro lugar, donde gastemos nuestras neuronas, en imaginar cómo brillar con luz propia con lo que hacemos, y no en cómo recortar lo que ya no da más de sí ¿Qué te parece el argumento?