Uno de tantos debates abiertos alrededor de la emprendeduría que nunca se cierran es el de si los empresarios con talento, los emprendedores con futuro, nacen o se hacen.

Los argumentos suelen girar en torno a si se nace con un perfil genético que lleva a los profesionales a desarrollar sus aptitudes de forma natural, simplemente porque son así; o si, por el contrario, el empresario capaz se forja con el sudor y la experiencia acumulada, por imitación.

Si voy a ser sincero, se me ocurren tantos argumentos a favor del instinto empresarial natural heredado, como ejemplos a favor de la idea de un profesional dedicado a forjarse su destino con el único martillo del empeño y con los clavos de las decisiones.

 

Sin embargo, hay puntos de contacto, hay una ruta que unos y otros, los naturales y los naturalizados deben recorrer para llegar al lugar a donde quieren ir profesionalmente.

Si este debate nunca muere, las reglas para alcanzar el éxito profesional sí creo que están claras. Son los servicios mínimos para la causa de un buen emprendedor. Lo que un empresario ha de tener para llegar al éxito.

La primera condición es la de ser organizados. El mejor empresario es el que planifica, el que lo hace de acuerdo a las circunstancias, el que es flexible, ajusta y modera sus servicios para cubrir las necesidades del mercado. Entiendanme que es algo más. No es tanto diseñar un buen plan de negocio sino saber cuando tirarlo a la papelera.

Otra condición indispensable es una cualidad con la que se nace pero que también se educa: la constancia, que a veces llamamos tozudez en los otros y la apodamos persistencia cuando la desarrollamos con alegría.

Las acciones comerciales necesitan su tiempo y el valor de esperar con paciencia, un día tras otro a que den sus frutos. Constancia y paciencia son hermanas en el comportamiento de un buen empresario.

Otra cualidad es la de sentirse protagonista de los propios descubrimientos, de un aprendizaje en continuo. El mejor profesional es el que siente que aún le queda mucho por aprender, el que es receptivo a las realidades que le rodean y no hace ascos a vivir permanentemente como si estuviera detrás de un pupitre. Podríamos llamarlo capacitación en continuo. Sí, suena bien.

Y una última cualidad para nuestro empresario nacido o hecho por encargo propio, la mejor: el entusiasmo. Un entusiamo contenido, a la medida de las circunstancias, no de nuestras circunstancias, de nuestras ensoñaciones alejadas de la realidad.

Un empresario que vive lo que le rodea, con la ingenuidad del que es feliz con lo que hace, tiene todas las garantías de que las cosas buenas acabarán recargándole los valores de sus ideas emprendedoras. Dándole la razón y todo el sentido a su aventura profesional.

Los servicios mínimos para ser un perfecto empresario.